Sunday, July 30, 2006

Frizze

Mientras saboreaba un gin tonic lo suficientemente digno como para creer que después de todo la esposa de mi amigo sí sirve (al menos para preparar tragos), me repetía por qué el furor de ese vino con burbujas y sabor a melón y otros frutos. Frizze. Mi amigo lo llama espumante. Que es como parece que se denomina al champán que no es producido en la ciudad de Champagne. Lo cierto es que en la mesa había un Legui sin abrir, a medida que se acababa el Frizze.

Entretanto una millonaria con sobrepeso, que bebía Frizze, explicaba que prefiere llevar a sus ligues a una amueblada, y no a su casa, ante lo poco higiénico que le resulta que alguien que no es ella apoye el culo en el mismísimo lugar donde duerme.

Al subir al auto con cuatro gin tonic y un litro de soda y un café doble que contrarrestaron el efecto, en la radio terminaba un corte de difusión de The magic numbers. No es la primera vez que pasan a deshoras est banda.

Lo bueno sucede cuando ya no queda casi nadie.

Monday, July 24, 2006

Se Vende

Una vez más (y van...), el rumor tomó estado público y se convirtió en una noticia muy triste en tiempos de noticias tristes: cierra el cine Cosmos. O mejor dicho, sus dueños pusieron a la venta el edificio, y al día de la fecha parece que el predio pasará a ser otro estúpido hotel "de diseño". Y si algún ingenuo todavía cree que tal vez el Gobierno de la Ciudad pueda intervenir para salvar una de sus salas más tradicionales, que sepa que uno de los motivos de la venta son las reglamentaciones (que cambian día a día) como parte del efecto Cromagnon, sumado a que por alguna razón el festival de "cine independiente" financiado por la ciudad decidió excluir el Cosmos de su circuito de exhibición.

Y sí. Es cierto y duele. Como sala dejaba que desear. Sonido que perforaba los tímpanos con un cuchillo oxidado, foco que no cambiaban desde tiempos de Nikita Kruschev. Esa Sala 2 en la que pagabas el mismo precio por una proyección en vídeo, con sus 35 butacas entre un pasillo de ómnibus de media distancia. Y los malhumores de sus empleados, sólo comparables a los de los mozos de La Giralda (que parecen salidos de un centro de detención clandestina de los 70).

Pero al mismo tiempo, sin ahondar en el pasado, este año fue una de las dos únicas salas en la que encontró exhibición una de las diez mejores películas del año, la imprescindible Salvador Allende de Guzmán. Sin mencionar que a diferencia del MALBA o de la Lugones, el Cosmos siempre eludió la estupidez cool y programó un ciclo de films soviéticos a un peso la entrada.

Con tantos montoneros y viejos militantes en el gobierno de un presidente incapaz de administrar una ferretería, ¿qué ninguno sintió nostalgia por la sala alguna vez especializada en cinematografías del este de Europa, y se propuso evitar el cierre? Sobre todo considerando que sus futuros ex propietarios poseen el catálogo del sello Artkino (creado durante la Guerra Civil española con el fin de recaudar fondos para la República), que quién sabe, tal vez ahora vendan al MOMA o a alguna universidad del Imperio que tanto dicen detestar nuestros funcionarios públicos.

Hace un par de años, ahí vi Goodbye, Dragon Inn de Tsai Ming-Liang. Película, justamente, sobre la última función de una sala, con mucha lluvia. Recuerdo que al salir del Cosmos también llovía.

Friday, July 21, 2006

Bañeros III

Al llegar a algún lugar de Misiones, hará cosa de una semana, comenté a un colega que de encontrarnos en Buenos Aires, probablemente estaríamos cubriendo la privada de Bañeros III - Todopoderosos, y su consecutiva rueda de fotos y entrevistas individuales en el Hotel Intercontinental. No es que hubiera quejas para con el lugar al que acabábamos de llegar, sino más bien simple curiosidad de reportero: cómo sobrevivieron los personajes veinte años después, qué es la película argentina con proyección de millón y medio de espectadores en un semestre en que las cinco nacionales más vistas no llegan a los 500 mil (y sólo tres superan los 100 mil), qué elementos reúne un film de producción local para que su privada sea a tan sólo tres días de su estreno, como si se tratara de El código Da Vinci o de algún mainstream con el doble de su presupuesto invertido en promoción.

Ya de regreso, las dudas fueron saldadas: a pesar de que atrasa los veinte años que la distancian de sus predecesoras, Bañeros III es un triste ejercicio de posmodernidad: la clave del suceso a nivel recaudación no pasa por la inclusión de estrellas televisivas (de ser así, que alguien explique por qué las películas con Pablo Echarri no duran más que las tres semanas reglamentarias en los complejos oficiales) sino por su propia identificación a conciencia de pertenecer a la saga. Lo que en el pasado siquiera calificaba como simpática tontería, hoy aspira a evento generacional que convoca tanto al público infantil como a los adultos que en vacaciones de invierno asistieron al estreno de las anteriores.

Siquiera funciona como ejercicio retro. Más bien demodé con tres culos por cada plano en tiempos en que se ve mucho más al detenerse en un kiosco de diarios y observar la tapa de Paparazzi con las fotos caseras de Ximena Capristo. Y aún más triste es su contenido ideológico, cuando en fin, se supone que en este tipo de películas lo único que importa es el bikini de Luciana Salazar, y en los cinco minutos que hay que rellenar para que aparezca, el director tiene absoluta libertad para poner lo que quiera. El director. Título al que difícilmente aspire Rodolfo Ledo, al hacerse cargo de la saga en otros tiempos dirigida por Carlos Galettini. La historia es comedia y tragedia al mismo tiempo, y mientras Galettini se desentendió de las antecesoras y primero intentó un qualitè dudoso (con Convivencia, Besos en la frente y Ciudad del sol), hoy dirige el sindicato de directores DAC y cree que algún día lo convocarán para hacerse cargo de Instituto de Cine. Ledo, en cambio, al principio intentó con telefilmes basados "en un caso real", pero hoy se hace cargo de la franquicia Francella (cuyo cameo en Bañeros III hubiera funcionado muy bien de mantenerse sólo al final, pero no, aparece a los cinco minutos de empezada la película, y cuando faltan cinco para que termine).

NOTA MENTAL: como me dijo mi amigo Antares, la estafa llega a tal nivel que el propio título que se anuncia como eslabón de la saga es una mentira. Los bañeros más locos del mundo (o sea, Bañeros I) era en realidad la tercera parte de Brigada explosiva en acción. Y dado que en Bañeros II, la playa loca subplantaban a tres de sus integrantes por Francella, siquiera sería la dos... En fin, en la tres hay un sensei que parece salido de una fiesta de disfraces a la que fue vestido de Pai-Mei (de Kill Bill), y un plagio descarado a la de Jim Carrey en que es Dios. Y ninjas (?). Y Freddy Villarreal imita al presidente DeLa Rúa, a Carlos Bianchi y al conductor Mario Pergolini.

Sunday, July 09, 2006

Ay, mi sarcasmo...

Dramatis personae

MDC: Mundo del Cinismo
FNQAYTUPEMAPVAEEEIDP: Funcionaria neoestalinista que autoriza y tiene última palabra en mi aéreo para viajar a evento en el interior del país.

FNQAYTUPEMAPVAEEEIDP:
Te pido mil disculpas, los pasajes ya los autorizamos y los pedimos hace un mes a Comercio, pero desde a partir de la semana pasada la autorización pasa por Cancillería así que se retrasó y yo llegué tarde acá a la presentación porque estaba esperando un llamado para que ya me lo confirmaran, pero bueno, el lunes seguramente se resolvéra, son cosas que pasan...

MDC:
Todo bien, es normal. Lo "anormal" sería que estas cosas no sucedieran...

FNQAYTUPEMAPVAEEEIDP:
...

Esposas

Mi hermano afirmó que no puede negarle una playstation a su primogénito. Que esperan para noviembre. Y el sábado por la tarde se lo comenté a un amigo, en el velorio de su suegra de 48 años. En una casa fúnebre donde los salones no estaban demasiado bien indicados, al punto que en el nuestro entraban desconocidos y algunos conocidos llegaban luego de pasar por salones donde los hombres andaban con kipá. Y cuando el padre de mi amigo preguntó por qué un extraño llevaba un kipá blanco, cuando todos usaban negro, respondí que eran los únicos que quedaban en una tienda del Once, y que le hicieron precio mayorista así que irá de blanco a los sepelios, bodas y bar mitzvhás de los próximos dos años. Incluso la mujer de mi amigo rió.

Lo cual me hizo pensar, una vez que nos invitó a su bar a los pocos que quedábamos cuando terminó el sepelio, en decirle: "adelante, pero mis tragos que los anoten en la cuenta de tu madre". Pero en fin, algo me hizo reprimir. O tal vez me distrajo su amiga cachonda que, durante el responso de veinte minutos a cargo de un sacerdote brasilero, se inclinó exhibiendo un culotte bordado que dejó varios minutos en silencio a mi amigo, a sus amigos de un foro de autos, a un amigo trompetista que toca en una banda de policía (tiene el rango de agente y al día siguiente madrugaba por un acto del día de la independencia), y a quien suscribe, claro.

El punto es que le contaba a mi amigo la historia de mi hermano y la play para su hijo, a lo que mi amigo respondió que quiere cambiar la suya por una más nueva y me la deja por doscientos. Nada trascendente. Apenas un comentario de sobremesa hoy a mi hermano, y de pronto su sonrisa contenida. Que la compre. Él financia. Y que la deje en lo de nuestros padres para que él la use los fines de semana. Porque en fin, su esposa está obsesionada con ahorrar cada centavo a propósito del niño por nacer, y una playstation no es necesariamente una prioridad.

Mi propuesta: la compro con su dinero, pero con el réquiem de que pronto es su cumpleaños, voìla. Mi "regalo" es la play. Plan demasiado perfecto. Al punto que empieza a mostrar fisuras. En tanto que al enviar el mensaje de texto a mi amigo, anunciándole que tiene comprador, respondió un "bueno lo hablamos". A su regreso del lugar al que debe transportar el cadáver de su suegra como última voluntad. Seis de los grandes. Sospecho que su mujer tampoco considera prioritaria una playstation.

Thursday, July 06, 2006

The Frat Pack

Qué bien que ha envejecido Caddyshack (Harold Ramis, 1980). Sobre todo entre aquellos que amamos las nueve o diez primeras temporadas de Los Simpsons, y descubrimos que el personaje de Larry Burns no sólo es una clara referencia al de Rodney Dangerfield, sino que al igual que en la serie también cabe un número musical con el Anyway You Want It de los Journey. Y Bill Murray como asistente de jardinero que sueña con cultivar un green para "fumar luego de jugar", y el tristemente subvalorado Chevy Chase, que a diferencia de Murray, por desgracia no tuvo a un Anderson que le diera el papel de su vida, pero por fortuna tampoco tuvo a una Sofia Coppola que lo hicera "respetable".

Mientras volvía a verla (luego de tantos años que resultó una segunda primera vez), no podía dejar de pensar en lo buena que sería una remake con los muchachos del frat pack. Y en el gran director (que nunca tendrá una retrospectiva en la Lugones) que es Harold Ramis: Caddyshack, Vacaciones, Hechizo del tiempo y ese policial negro-negrísimo-nihilista con perdedores salidos de la cloaca más densa que es La cosecha de hielo. Un intento, tal vez fallido, de Ramis, por consagrarse como un director en serio, cuando en fin, primero que ya lo es y segundo difícilmente alguien pueda tomar muy en serio al cazafantasmas que no era Bill Murray ni Dan Aykroyd -ni Ernie Hudson, por supuesto. Y dicho de paso, qué buenos cazafantasmas podrían ser los hermanos Wilson. Y Jack Black, claro, Rick Moranis.

El Astillero

Ayer, almorzando con mi amigo (llamémosle) "el testigo de encubierto", me comentaba que hablando con una compañera de curso, a él se le ocurrió mencionar el bar El Astillero. Olvidando que para cuando su interlocutora ingresó a nuestra horrible facultad, El Astillero ya se había convertido en un edficio de departamentos "a estrenar" con piscina. En donde vive, entre otros, (llamémosle) "la psicópata". Compañera del Ciclo Básico Común para la que resultó más fácil (infinitamente más fácil) encontrar marido que terminar la Carrera de Comunicación.

Debe ser particularmente perturbador, o más bien perturbadoramente particular, vivir en donde alguna vez sucedieron tantas historias. Digámoslo así, El Astillero era una reversión de La vecindad del Chavo escrita por un cool descerebrado.

Cruzando en marzo pasado a mi amiga la cortometrajista a la que las autoridades y productores le miran las tetas (a quien conocí, precisamente, en El Astillero), coincidimos en que, algún día, alguien tendría que escribir sobre los personajes que por ahí estuvieron. Una muestra aleatoria:

HERZOG Y FENA: Herzog era alto, rubio y un poco calvo, tenía mirada psicópata y estudiaba teatro. Fena más bien bajo y morocho, el perfecto prototipo del ex presidiario, de no ser que sin ser un sujeto especialmente entendido, siempre se lo veía con discos, libros y películas de autores menos oscuros que intrascendentes. Solían andar juntos. No por homoerotismo, sino pura camaradería. Aunque la última vez que crucé a Herzog (¿o fue a Fena?), supe que habían tomado distancia. Fena tenía una novia militante a medias, baja, esquelética y si la memoria no me falla hasta cierto punto sucia. Herzog aprovechaba lo bien que solía caer entre extraños. Una noche, en el festival de Mar del Plata, no tenía dónde dormir, pero a las pocas horas conoció a dos adolescentes arias que le cedieron el sofá del departamento géométrico de Estado de Binestar en el que se habían instalado.

COYUNTURA: suerte de marxista parco que en paralelo a Comunicación estudiaba Historia. Era de los que se tomaban demasiado en serio las cosas. Lo suficientemente en serio como para aburrir. Al conocer a la cortometrajista de senos grandes, por cómo la miraba Coyuntura luego le pregunté si tenía algún sentimiento particular para con ella. Y sí. Nunca hizo nada al respecto, como era de preveer.

EGOIAN: en otros tiempos, némesis por elección. Poeta. Insoportable. Demasiado insoportable. De los que alguien cruza de casualidad y acto seguido una oda a sí mismo contando sobre los papers que escribía y las becas que acababa de recibir y sus reuniones con Diana Bellesi y Artura Carrera y gente que no puede importar a nadie. Medía poco más de metro y medio y llevaba un bigote al que cabría la norma rebuscado/afectado. Escuchaba música dodecafónica (Adorno en especial), aunque se permitía ejercicios pop, y una vez sugirió grabar un Black Riders en el que yo ocupara ellugar de Burroughs. Se le conocieron dos novias. Una de la carrera, muy alta, militante de algún pueblo del interior que (sic) lo "dejó cruelmente". Luego, en un taller de poesía, conoció a una periodista del Herald. Très chic aunque, una noche que nos juntamos a ver películas en casa de Pablo Sebrelli, ni a Egoian ni a su novia les gustó The last picture show, y menos In the company of men. Entre una novia y otra, parece que Egoian intentó acercamiento a celebridad de segunda línea (más que nada por su noviazgo con conocido un músico de rock), que lo rechazó por un no menos conocido escritor y periodista. Para luego contraer matrimonio con un aún no menos conocido filósofo postestructuralista y candidato a vicepresidente de Lituania o Eslovaquia o algún país que ya no existe (¿o era una ex República Soviética?).

CECI: alguna vez faltó a un cumpleaños que, casualidad permanente, celebramos en El Astillero. El motivo: frustración de su (sic) "único proyecto del semestre". Gastarse sus escasos ahorros trabajando en el servicio de atención al cliente de una importante tarjeta de crédito, para viajar a Brasil y ver en vivo Belle&Sebastian. Finales de la convertibilidad. Ese tipo de desmesuras eran posibles. Y aunque al principio no pudo conseguir tickets porque la página de internet a través de la cual adquirirlos no contemplaba entre sus opciones lugares por fuera de Brasil, finalmente pudo estar ahí. La vi por última vez en una fiesta de año nuevo que celebró en casa de su padre. Una suerte de cuarentón podrido à la Gerardo Romano. Luego supe que estaba en pareja con un cool del conurbano. Que para evitar los traslados diarios a Hurlinghan, se instaló en casa del papá de Ceci. Pero al poco tiempo se mudaron. Creo que siguen juntos y enamorados.

V.B.: nos conocíamos del CBC, pero estrechamos amistad en El Astillero, donde el sujeto en cuestión pasaba casi todos sus días. Tipo raro. Estudiaba Políticas. No es que fuera crónico, sino que ponía en práctica un sistema no demasiado efectivo de cursar pocas materias para recibirse con honores y entrar al cuerpo diplomático o dedicarse a la Academia, algo así. Una vez apareció con un proyecto que él mismo financiaría: una revista-libro con consejo académico, algo así como una versión pobre de la New Left Review. Me convocó. Y supongo que no fue buena idea. Intenté convencerlo, pero insistió, y así salieron las cosas. Ahí publiqué entrevista a Eduardo Gruner que hoy me daría verguenza releer. De todas maneras, las tensiones no sucedieron con él, sino con el séquito de lambiscones meritócratas pro-academiscistas. Las aspiraciones de V.B. en este ámbito eran tan dudosas que un día dejó la carrera para dedicarse a barman. Y de paso dejar a una novia bastante menor que lloró en El Astillero cuando alguien le leyó las manos y le dijo que no se iba a casar con él. Quien poco antes de dejarla, acudió a los servicios orales de un travesti.

(CONTINUARÁ...)